sábado, 3 de marzo de 2007

“¿A quién más van a resucitar?” me pregunté, tras ver como, tímidamente en los ambientes free folk, se recupera la figura de Peter Walker. El tono de mi pregunta comunica demasiado. Encuentro ridículo que de repente todo el mundo alabe estas reapariciones o las reediciones de discos descatalogados como si llevaran escuchándolos toda la vida. Salvo que hasta ahora nunca lo habían mencionado en sus reseñas, escuchas o recomendaciones. Pero, también he de separar mi generalización de las intenciones de las publicaciones donde aparecieron esos artículos. De hecho es coherente que los paseos de raga-folk de Peter Walker puedan interesar a los seguidores de los sonidos a caballo entre lo hippie y lo psicodélico. Y tampoco estoy en contra de que la gente pueda escuchar esos discos o que los artistas (en muchos casos, completamente alejados de la música o sus ambientes más comerciales) puedan pagar facturas gracia a esta nueva audiencia. Pero, la lectura, la forma en que se escalan los “descubrimientos”, los curiosos agujeros que olvidan artistas fundamentales, el esnobismo por la referencia desconocida, el gusto por ser uno mismo más importante que la música que se dice amar.
El año pasado paseando, pasé por delante de la tienda de discos “indie” de la ciudad donde vivo, y vi, en la parte superior del escaparate, donde colocan las ediciones en vinilo, el último disco de Jason Molina. La portada era una fotografía suya en blanco y negro “homenajeando” el estilo que podían tener las grabaciones de Folkways o los primeros discos de Bob Dylan. Me asqueo tanto ese querer igualarse (no superar al artista, decir que él es lo mismo que aquel representaba en su momento), la falta de respeto, ese banalizar por puro ego el legado cultural, que desee tener encima el suficiente dinero para poder comprar el disco y hacerlo añicos delante de los dependientes y clientes que hubiera presentes.

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