viernes, 15 de junio de 2007

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Oh, ya que lo menciono, Nick Drake me aburre. Un día me di cuenta de que si no terminaba “Pink Moon” no era por la intensidad emocional del disco, sino porque no aguantaba 28 minutos seguidos del famoso cantautor. No quiero decir que no sea un genio, o que la belleza de sus formas y su poesía sea innegable. Digo que no lo necesito en grandes dosis (y últimamente se ve que ni en pequeñas). De todos modos, si después de esto desean abandonar este blog, decepcionados, asqueados y hartos (pues sí que aguantaron), una opción sería leer este largo, bellísimamente escrito, lleno de detalles técnicos, análisis de su universo icónico o búsquedas de motivos e historias personales, por el que fuera redactor jefe del NME en los 70, Ian McDonald. Tampoco me gustó por dos razones: 1) El constante tono de prodigio sobre lo fantásticos que resultaron ser los años 60 y el dinámico espíritu de búsqueda que él y sus compañeros de generación produjeron como último suspiro de belleza en la civilización occidental (vaya, no cuenta como en los 70 ellos mismos se lo llevaron todo por el garete) y 2) Ese momento en el que defiende la pureza de los sentimientos y su grandeza, mientras tilda de cobardes o cínicos a aquellos que quieren desmitificarlos y decir, que sólo son parte de la vida y no su guía. A él le fueron de gran ayuda. Se suicidó dos años después por su depresión.


El largo artículo

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