jueves, 3 de enero de 2008

Un conocido portal sobre música electrónica (de baile) publicó recientemente sus listas de los mejores temas del año. Aunque tan parciales como cualquier otras e igualmente falibles, no deja de resultar entretenido la diferencia que dentro de una estética muy determinada como digamos el “minimal” (si es que significa algo realmente en estos momentos) entre la gente que se mueve a tiempo completo y los “notas” como el que esto escribe que siguen el hype y los dictados del blog house.

El conocimiento siempre ha sido algo muy bien valorado dentro del mundo de la música popular desde hace décadas (por ejemplo, en “El Sonido de la Ciudad” citaban un ensayo sobre la gente que protestaba contra la vacuidad de la música mainstream y la verdad y la energía que tenía la música que ellos apreciaban, que era el jazz durante los años 30) y aunque siempre ha sido algo arduo que gira en torno a muchas horas de escucha, conciertos, leer, hablar y reflexionar sobre el asunto, conocer una escena determinada (digamos el black metal), especializarse en ese sonido y poder hablar de él con propiedad es algo que con trabajo se consigue en no muchos años. Aunque la cantidad de discos es bastante inabarcable, el hecho de que por razones artísticas, comerciales o de infraestructura, la mayor parte de la música popular esté orientada hacia el formato álbum genera ciertos filtros muy útiles para poder reducir rápidamente el tiempo dedicado a artistas no tan interesantes. La duración de un disco, la repetición de ideas, el conocimiento de los horizontes estéticos, la no muy grande evolución que realmente experimentan los artistas o grupos puede hacer que en un par de escuchas sirvan para descartar o no muchos muchos discos. En el mundo del baile (o por hablar, en los del R&B, el hip hop, la música jamaicana o el country) esos filtros no funcionan o llevan a las aberraciones que año tras año vemos en las listas. En el caso de la electrónica un artista puede sacar 10, 20 lanzamientos y puede que sólo sirvan 2 temas, pero que esos dos temas sean realmente increíbles. Y puede ser que alguien de quien no esperabas nada cambie de estilo y se convierta realmente en imprescindible. Que la crítica que escriba alguien patine completamente y un tema tachado de pésimo sea con los meses y las escuchas el tema del año. Así que el terreno a explorar es mucho más amplio que el que uno puede encontrar en otros géneros, más caro (hasta lo prohibitivo), más dedicado y específico, prácticamente un trabajo a 24 horas (ir a clubs para escuchar los nuevos temas, ir a la tienda, escuchar los temas). Así que el mundo de la electrónica siempre ha supuesto un reto mayor a la hora de dar el salto desde el oyente pasivo al aficionado o el conocedor.

El cambio de paradigma en nuestro modo de consumir la música (digamos que desde lo singular hacia lo plural, del tracklist a la playlist, de las 12 canciones de un disco a los discos duros de 80 Gb, de las tiendas de la ciudad a las virtuales, los portales de descargas legales de mp3s, flac y wavs a los P2P ), aparte de llevar nuestros horizontes de escucha en ocasiones hasta el ridículo por su amplitud, no ha hecho disminuir en modo alguno nuestra necesidad de saber. De hecho nos ha hecho aún más dependientes de ella porque en cierto modo ya no nos “conformamos” con la cantidad de discos que escuchábamos/comprábamos hace unos años (unos 25 en mi caso) y los medios más o menos convencionales no pueden abarcar un mercado cada vez con más y más producción. El fenómeno del blog house es un término algo clasista y despectivo que se sacaron de la chistera en el mundo de la electrónica, no para definir a una serie de artistas con un sonido o unos intereses sonoros similares, sino para designar el canon de excelencia, la fama o el hype que surge a partir del feedback generado entre blogs. No tanto por el hecho de lo que seleccionan, sino precisamente, por aquellos temas que se mueven en similares terrenos (y que lo hacen mejor) que son ignorados por no pertenecer a sellos de referencia o tener conexiones con gente reconocida. Que el criterio en lugar de ser cada vez más divergente sea cada vez más homogéneo y consensuado no deja de ser una muestra al respecto. Y claro, esto no tiene nada que ver con listas llenas de un 80% de artistas indies que reciben críticas por no incluir más. Estas cosas sólo pasan en el mundo de la “fría” electrónica, donde todos los temas suenan iguales.

Normalmente no solemos hablar de música electrónica como tal por aquí, por el hecho de que carecemos del suficiente lenguaje técnico para explicar como funciona un tema o del lenguaje preciso para tratar de contextualizar una serie de emociones y dinámicas de una forma que no terminemos en todos los clichés habituales de la crítica. Cuando hablamos de rock u otros estilos, normalmente solemos hablar de unos significados e implicaciones asociados a ellos (la libertad del rock, la espiritualidad del reggae, etc.) y solemos hablar de ellos. La música electrónica normalmente carece de esos “significantes” tan socorridos. En fin, tratemos de hacer el mínimo ridículo hablando algunos de los temas que aparecían en aquella lista, los que había descartado y los que desconocía:

El número 1 de la lista era “Mumbling Yeah” que es un tema maravilloso pero que no tiene a primera vista ninguno de los atributos para decir que es un “gran tema”. En fin, muchas polémicas y suspicacias alrededor de ese tema, aunque no hay nada que se le parezca.

El segundo es para Radioslave con su “Bell Clap Dance”, que es lo suficientemente “evidente” con sus sonidos perfilados, su riff certero y la variedad de recursos usados para hacer que no nos cansemos del groove que mueve el tema, para no tener que explicar demasiado cuales son sus virtudes.

En el puesto 20 se encuentra este corte de Luciano y seguramente sea uno de los temas más maravillosos que he escuchado durante todo el año pasado. La sensación de fluidez e hipnotismo que producen todos esos sonidos que aparentemente no van en ninguna dirección, las sucesiones de efectos y procesos que se suceden sin aparente motivo, la ternura con las que están moduladas las texturas, la sensación de “¿qué ha sido eso?”. ¿Por qué no lo elegí entonces? Porque la cara B no funcionaba tan bien, y seguramente eso no sería impedimento de no estar publicado por el sello Cadenza, donde el conjunto parece importar más que las partes que lo integran. De hecho pensé en hacer una entrada específica titulada “discos que no se donde clasificar” incluyendo además el 12” de remezclas de Digitaline, más movimientos entre la música de baile, la psicodelia y una alternativa al dub como música desarrollada mediante procesados del material sonoro.


El tercer corte más votado fue un tema de Ricardo Villalobos “Primer Encuentro Latinoamericano”, que les resultará familiar si escucharon el mix que hizo el caballero de las grandes ojeras para Fabric. Allí duraba ocho minutos, en “Sei Es Drum” dura cerca de 12, la primera versión que se filtró dura 40 minutos. Los intrincados polirritmos que se forman a partir de todos los elementos que suenan en la mezcla, esa sensación de ondulación (que por ahí leí consigue usando algún dispositivo antiguo de hardware) en los sonidos o mediante los efectos de flanger y de panning en el estereo, la emoción de las voces de Los Jaivas (dicen) con sus aires pop de los 70 (aunque ellos eran un grupo tirando al progresivo), el carácter casi infinito y deshilvanado de la progresión de la mezcla. Pensé en votarlo, pero ya saben que aborté el proyecto de lista porque estaba ya muy saturado.

El sexto corte de la lista correspondía a “Lunatic Fringe” de Stefan Goldmann. Es un tema que camina por los terrenos abiertos por Villalobos en “Fizheuer Zieheuer” a partir de muy generosos samples de fuentes sonoras acústicas apenas procesados, con su calidez acústica y emocional, reflejándose siempre de manera distinta debido al mutante arreglo electrónico. Si en el anterior era ese canto del grupo convertido en un himno de estadio deportivo, en esta ocasión es un coro de voces búlgaras. A veces va en contra, a veces camina al mismo paso, a veces los resultados son un chiste malo, otros intrigantes. Lo valoro pero no me interesa.

El puesto décimo corresponde a Pigon, que realmente no conocía hasta verlo allí. El tema pertenece al sello Dial que este año nos ha dado los discos largos de Pantha Du Prince y Efdemin, y el sonido general no difiere tanto de aquellos, con su calidez, la emotividad de sus ciclos repetitivos y sus subidas de tensión (aunque no hay un climax) mediante la acumulación de “instrumentos” que recuerdan tanto al rock que uno no se sorprende nada de la buena acogida que ha tenido entre los críticos “rockeros” el disco de The Field (que no tiene nada que ver con los anteriores pero que usa los mismos parámetros, añadiendo también la continuidad “esperada” en los discos con calidad) convirtiendo el tiempo en algo subjetivo, sus diez minutos consumiéndose en un parpadeo o en una respiración.

Por la lista también se encuentra este tema de Jichael Mackson, con sus texturas techno dub, sus ecos acuosos y sus samples de “Wicked Love”. A mi me encanta el tema, pero como que lo descubrí la semana anterior a cuando publiqué la lista, así que no tenía suficiente perspectiva.


Este tema de Martin Buttrich no lo había escuchado. O quizás sí, pero dijimos aquello de “No es tan bueno como…” (uno de los grandes temas de los últimos años)

Este tema de Tigre Stripes debe ser fantástico en la pista.


Este tema de Len Faki (Mekong Delta) estaba en mi lista hasta casi última hora. La razón para incluirlo es la misma que la anterior, solo que esta vez en positivo.

Y estos dos no estaban en la lista

Petre Inspirescu, es un joven productor rumano, que había escuchado en uno de los últimos lanzamientos del año del sello Cadenza, pero que no había escuchado en este tema, donde los golpes en la caja en offbeat, provocan esa dislocación que se convierte en el gancho de todo el tema, sobre todo cuando otros sonidos también empiezan a “desencajarse”. Muy, muy bueno.


Y este tema de Noze que acabo de descubrir hace poco y que es un amor.

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