viernes, 17 de agosto de 2007

El sr. Conte se acuerda en su blog de la revista Factory, una de las revistas “hermanas” que acompañaron a Rockdelux desde mediados de los 90 a principios de esta década, junto a Dancedelux. Trimestral, cara, en blanco y negro y portada en color, con una maquetación a veces inenarrable y un papel más bien rugoso, cuya calidad también dependía del número. El espíritu de la revista, era el de tratar de invocar la espontaneidad y la pasión de un fanzine, con una amplitud de contenidos y tratamientos que en la revista madre ya no se podían ofrecer por tratar sólo temas de “actualidad” mediante entrevistas, noticias y la sección de discos. Además tenía la intención de que gente nueva pudiera publicar allí sus primeros trabajos (como la anterior, más una intención que una realidad). Y desde luego, lo más importante, era el CD. Parecen las historias del abuelo, pero básicamente la música no sonaba en la radio, unas cuantas tiendas tenían catálogo de importación y las secciones de cartas siempre hablaban sobre si se inventaban los grupos de los que hablaban. Así que ese CD, que se extraía de su sobre de cartón por una ranura lateral, era una puerta abierta a universos desconocidos: K records, Earache, Touch and Go, etc. De hecho, creo que la revista, en esa función “evocadora”, funcionaba, bastante bien.
En teoría, uno cuando se pone a leer prensa musical, es porque tiene ansias de conocimiento. De lo que sucede ahora, lo que implica, conocer al menos someramente lo que vino antes. En la práctica lo que encuentra uno son referencias soslayadas, una crítica de un concierto, un par de discos reseñados, un comentario en una entrevista, alguien que recomienda un disco y uno ha de ir tirando del hilito de todas esas cosas y juntarlas en la memoria, hasta encontrar algún artículo que de una perspectiva y un conocimiento real. En realidad daba igual la importancia real del artículo, si habías llegado hasta ese punto, ya creías fervientemente en lo especial que era la música que no podías encontrar. En ese sentido, Factory resultaba mucho más sustanciosa y satisfactoria que Rockdelux. Con un pero: que uno nunca sabía hasta que abría la revista lo que iba a encontrar. Artículos sobre grupos que uno deseaba leer acababan reducidos a una foto más o menos aparatosa y una columna de texto, o un repaso a una escena o un sello apenas hablaba sobre la música o se trataba de una entrevista hecha con monosílabos. Pero también te encontrabas con esos artículos sobre gente que parecían ser invisibles en cualquier otro sitio, con páginas y páginas de información y fotografías que leías y mirabas creando un mundo que parecía vivir dentro de ti durante un tiempo. Tengo delante cuatro números y estos son algunos de esos: el Miles Davis eléctrico, el diccionario de la No Wave, Van Dyke Parks (casi diez años tardé en escucharlo), Ed Kuepper, Psychic TV, el informe sobre post-core, y en otros números, el artículo sobre Gastr del Sol, los Swans, Jean Eustache o Marc Ribot.
Supongo que aquí entrará el bagaje de cada uno y de ello dependerá lo mitificada que la tenga en la memoria. Yo ya he mencionado que lo mío era un afán casi historicista (recuerdo haber leído la enciclopedia del rock que pergeño Diego Manrique entre otra gente en la biblioteca local), y ya en ese momento, podías encontrar artículos igualmente extensos y evocadores (pero en mayor número) en la Ruta 66 (otra cosa es que te dieras cuenta de ello) o al comprar en DelSur, había una guía de compra que te hablaba sobre discos de country, salsa, soul, hip-hop, electrónica o jazz que tenían en catálogo y que abrían muchas más incógnitas que las que presentaba Factory. También hay otro factor: los artículos eran abundantes en información biográfica y en descripciones de los sentimientos que estos despertaban en quienes escribían esos artículos, pero eran bastante lamentables hablando sobre la música, enseñándote a pensar o explicando porqué un disco era mejor que otro. Seguramente ahora puedes encontrar artículos más extensos al respecto, o libros enteros, así que sin una opinión fundada, el único vínculo real que se tiene es el afectivo. En ese aspecto, me quedo mejor con los artículos que publicó Oriol Rossell en Dancedelux, que fueron las únicas revistas que dejé en casa sobre música tras la mudanza.
El final de Factory, fue cuando curiosamente se trató de meter mano y establecer una línea editorial. Apareció el color y aparecieron monográficos más o menos fuertes en la línea didáctica y cerrada habituales en esa redacción (blues, neo-swing, los 100 personajes del s.XX, etc.). Es decir, reduciendo contenidos. Y donde antes uno se podía topar con artículos sobre bandas de punk, de hardcore, de mestizaje, de improvisación, de metal, de música industrial, electrónica o prácticamente cualquier cosa, se encontraba con unos contenidos que eran cada vez más rockistas y con novedades que ya solo respondían al criterio indie. Cinco números duraron en esa línea. 25 en total.
Hay un par de cosas más que mencionar sobre la entrada del blog en “La Increíble Verdad”. Una es sobre como los periodistas musicales que le gustaban entonces, siguen siendo los que le gustan ahora. Algo que seguramente me pase a mi también, aunque ya no suelo leer la prensa española. Demasiada opinión sin fundamento, demasiada pseudo-poesía, demasiado cogérsela con papel de fumar, demasiada prepotencia, demasiado pensamiento circular y demasiados dobles raseros para hablar sobre discos que no tengo ningún interés por escuchar. Algo que no mejorará con un mayor número de discos publicados y con una cantidad de palabras menor.
La otra es una referencia, a que es lo más próximo que hemos tenido a The Wire. No es por alabar a los ingleses (que tienen un amplio margen de pedantería, oscurantismo y un ego exacerbado), pero es que uno recuerda como leyendo algunos de los artículos que tenían online, uno no sentía un gran mundo por explorar, océanos que cruzar, uno ya estaba allí. The Wire ha sido casi toda su vida una revista independiente (de hecho, los periodistas que escribían la compraron hace unos años) y viene del mundo del free jazz (y si han leído alguna revista de jazz, sabrán las narices que hay que tener para hacer lo que hicieron), abriéndose a otras músicas como la clásica contemporánea, la electrónica, la improvisación libre, etc. mientras que Factory era una revista pop con vistas a algunos personajes que fascinaban a los periodistas que escribían allí en ese momento (algo que se puede decir también de Ruta 66, cambiando el pop por el rock). Otra razón, es que en The Wire nunca se han cortado un pelo citando ideas o desarrollando puntos de vista teóricos, hablar sobre otras artes y así en la prensa española difícilmente veremos una demolición punto por punto de Frank Zappa como la que escribió Ian Penman y nos conformaremos con hacerlo con el último disco de Chenoa, regocijándonos en nuestro superior gusto musical. Y por último, The Wire ha sido durante un montón de años origen de información y no recopiladores. Revista de tendencias escrita por gente que participó en la escena donde surgió AMM o Brian Eno, escribir sobre todos los discos publicados por La Monte Young en un tiempo en que eran imposibles de encontrar por lo exiguo de su tirada, gente que vivió el punk y el post-punk desde dentro y ser los primeros (o casi) en escribir sobre el Radiophonic Workshop, Arthur Russell, la New Weird America, los grupos y artistas experimentales japoneses o sellos tipo Mego, etc. En ese sentido, Factory mostraba demasiado las ganas de ser un fanzine y sólo querer aplicarse porque quedara bonito. Yo tengo siete números que descargué en internet entre 2003 y 2004, para mucha gente una época cuando la revista ya estaba en decadencia. Hay van algunos de los contenidos:

La única entrevista a los tipos tras Basic Chanel/ Maurizio / Rhythm & Sound




La escucha a ciegas (invisible jukebox) de Damon & Naomi



Basil Kirchin



Arthur Russell


Joe Boyd


Gyorgi Ligeti


Cecil Taylor


2 comentarios:

Iván Conte dijo...

Estoy totalmente de acuerdo con los motivos que das para resaltar la peculiaridad de The Wire frente a cualquier otra revista. Cuando hice esa comparación tampoco quería decir quee ra lo mismo, simplemente eso, que es lo más cerca que hemos estado. Otro factor diferencial es que en Inglaterra han tenido algo como el centro de estudios culturales contemporáneos de Birmingham desde hace décadas, y, en general, las fronteras entre periodismo y academicismo se pueden cruzar, e incluso vivir en su frontera, ese sería el caso de Simon Reynolds, por ejemplo.

Aquí no hay una tradición académica que espolee un periodismo similar al de The Wire, pero yo te confieso que algunos de los críticos de Factory me gustan y mucho, a pesar de no tener los mismos objetivos que los que escriben en The Wire, vamos, que me gustan los fanzines, y un fanzine muy bien hecho es una lectura muy agradecida. Este es un tema muy complejo, en todo caso, habrá que seguir tirando del hilo.

anhh dijo...

Quizás la falta de riego sanguíneo hiciera que fuera muy efusivo con The Wire. No todo tiene que ser como lo hacen en esa revista (que algunas cosas las hacen fatal (le dedicaron un primer al grime porque Simon Reynolds lo suplicó, el dubstep ya he comentado lo quieren vender como nueva IDM, y las críticas sobre que es una revista de tendencias, aunque sean más o menos extremas, no van desencaminadas). No se, esta mañana le he estado dando vueltas. Hay gente que puede utilizar el vocabulario en una crítica acabar diciendo “gato, frescor, potranco” y que la sensación evocada sea la misma que te transmita la música. Y eso está muy bien. Hay gente que puede explicar estupendamente como la música se incrusta en su existencia cotidiana (David S. Mordoh, por no ir más lejos). Y eso está bien, porque muestra perspectivas y detalles sobre como vive uno la música. Puede haber análisis de todo tipo y si están hechos con rigor, pueden ser tan válidos como cualquier otro. Pero después te encuentras con que en la prensa no hay “think pieces”, o que el único formato digno es el artículo tipo Mojo, lleno de detalles, informaciones y anécdotas que busca transmitir la grandeza del artista (o ponerle una erección al lector). Para mi el problema siempre ha sido el siguiente, tomemos como ejemplo “London Calling”, la canción. Lo que te encontrarás una y otra vez es críticas que usen las palabras “clásico”, “emoción”, “talento”, etc. Y puede que la crítica o el texto o lo que sea pueda dibujar o captar la grandeza (esa debería ir entre comillas) y que eso le valga a uno a nivel personal. Después lo tratas de explicar a alguien y como no te sepas la reseña de memoria, queda un poco boba la explicación. A mi me interesa saber, como el eco, poner la ecualización de una determinada forma, tocar los acordes a una determinada velocidad, me transmiten todas esas sensaciones que darían pie a esa crítica que hemos mencionado antes. Tampoco quiero decir que todas las críticas tengan que ser estudios musicológicos, pero tampoco se, porque a un fan de Camera Obscura un artículo de este tipo (http://www.radical-musicology.org.uk/2006/Hill.htm) sobre la voz en el pop escocés no le interesaría más (fuera cuales fueran sus conclusiones o si el lector difiriera con ellas) que otro artículo sobre la escena escocesa y lo guay que son y lo simpáticos y amables y lo melódicos, etc. etc. Pero el hecho es que el primero no aparecerá y el segundo sí. Y eso es una asunción sobre la inteligencia de tu público.
También, aparte de los estudios, la escena de música improvisada fue muy política con gente como Cornelius Cardew y el debate era completamente distinto al que podíamos tener nosotros aquí con cierto señor que aparecía en las pesetas.