lunes, 20 de agosto de 2007

A uno le gustaría apostar por cuanto tiempo falta para que la música “emo” sea tratada como música respetable en la prensa musical generalista. Ya se. Les gustaría borrarles las caras a bofetadas a los chicos de Fall Out Boy aunque al final las canciones caigan simpáticas o echarle lejía en los ojos al cantante de My Chemical Romance para que los moviera tanto por algún motivo aunque el último single sea puro glam (y un videoclip que te da patadas en el estómago). O que Enter Shikari suenan tan nuevos como estupidos. O que el single de Hellogoodbye es inversamente proporcional en lo efectivo y pegadizo que resulta a lo estúpido que es su videoclip. Además nadie tiene idea alguna de que o quien es verdaderamente “emo”, lo cual convierte las conversaciones en algo tan inacabable como quién o quién no es realmente punk. Y sin embargo,…
Yo este año voy a incluir una canción en mi lista de las mejores del año. Una lista no es una cuestión de gusto, es una visión del mundo. Ya el año pasado incluí un tema de Panic! At the Disco y en muchas publicaciones fueron apreciados los singles o el disco de My Chemical Romance, o por lo menos, quedaron pendientes de lo que harían en el futuro cuando recogieran los frutos de lo que estaban sembrando ahora. Y en lo básico, el principal problema que tenemos con el género es lo condenadamente y obcecado que está por ser simplemente un tío adolescente y nada más. Molesta y enternece el cretinismo con el que se creen tan distintos al resto del mundo sonando tan completamente iguales que a la gente le da igual estos o Maroon 5, la necesidad de mostrarse físicos y de este modo ser reales, porque lo que siente uno en el cuerpo durante la adolescencia es lo primero y lo único que parece real, la actitud de sabelotodo con la que manejan las dinámicas de tensión dentro de una canción como quien mastica chicle o se pone una chaqueta de lo masticadas y vueltas a masticar que están tras más de una década de grupos haciendo y mutando sobre lo mismo (o las acrobacias con las guitarras y el resto de instrumentos), los sentimientos a flor de piel, las ganas de probar cosas sin tener ningún sentido ni coherencia pero a la vez ser completamente estricto y autoimponerte un código de actitud, las ganas de hablar hasta por los codos y querer decir miles de cosas sobre todo aunque no sepas nada para demostrar que ya no eres un crío y que has de ser tomado en cuenta, la facilidad con la que muestran sus cartas, la actitud de víctima contra un mundo que no los comprende y como lo que hacen para solucionar esto es combatir el fuego con fuego y convertirse ellos en los verdugos de los demás. Y directamente toca las narices, la adoración que tienen por los grupos sociales que se forman dentro de los institutos norteamericanos, porque todo lo anterior se circunscribe a ese entorno y cuando este desaparece y jamás vuelve a aparecer, ya tendrás cosas sobre las que ser superserio. Y que en fin, depende de lo harto que acabó uno de su adolescencia o de cómo la añora, y si uno está ya cansado de ver los mismos perros con distinto collar o se reconoce en esos ceporros y capullos dándose cabezazos contra la pared.
El grupo que puede rascar algo este año se llama Paramore, por el hecho de ser distintos a casi todos los grupos de la escena por tener una chica al frente, lo que en cierto modo disuelve la tensión masculina (hetero)sexual sin resolver que nos abotarga al escucharlos y la canción que pienso elegir es esta, aunque tras darle tantas vueltas al tema quizás hasta me asquee:

Su disco se llama “Riot” pero como casi todos los adolescentes abarcan mucho y aprietan poco en torno a contra quien se quieren rebelar y terminan sonando monolíticos y lineales (vamos, otro rasgo de la adolescencia). Otro ejemplo de su rebelión:

Pero en fin, aunque sea brevemente, que vivan las “menchas”, los decapados y los leggins naranjas.

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