miércoles, 19 de septiembre de 2007

Creo que la escena finlandesa underground tuvo en sus predicadores en el mundo anglosajón a su peor enemigo. Viniendo de una escena de música “experimental” indie muy definida y estancada como es la que se produce en EE.UU. o Reino Unido, se buscó en la promoción del grupo de músicos quizás como un éxito en sus propuestas artísticas y de autodistribución, con la nueva escena señalando su expansión a un nivel mundial, quizás como el nuevo boom con el que hacer caja y volver a aparecer en revistas y medios más grandes.

El problema es que como en el noise, o la psicodelia, uno espera recibir algo que identifica como bueno, a una escucha en la que uno se ha educado en muchas otras anteriores, y en la que, en lo básico, casi todo está resulto de antemano. Por eso, la sensaciones tras escuchar los discos eran más de incredulidad, de no haber entendido que era lo que pasaba o no saber como definirlo, para bien o para mal. Que las dos primeras maneras críticas de afrontar la música, en la práctica fracasaran, dice bastante sobre la desorientación reinante.

La primera era la ilustración de una naturaleza mitificada y mistificada como la que uno podría encontrar en los bosques de Finlandia, sus riscos, ríos, fiordos, atardeceres, viento, nieves. Al preguntarles a los artistas finlandeses estos se encogieron de hombros y mencionaron que todos (o la gran mayoría) habían crecido en ciudades y que no había ningún rastro de paganismo, ni adoración de la naturaleza. De hecho, contaban que eran los animales los que venían del bosque a comerse la basura de los barrios periféricos.

La segunda, era, aún peor. Frente a las ensoñaciones más o menos sobrenaturales de cierta parte de la escena del free folk o la new weird america, sobre ciudades y mundos por descubrir a través de sus grabaciones (un poco como el rollo de las películas imaginarias que les entró a los artistas de la IDM a mediados de los 90 con las bandas sonoras para películas imaginarias), y sus farragoso títulos, Avarus, quizás el grupo más aceptado descuadró a todo el mundo al explicar que el título de su disco describía la rutina de lo que hacían todos los fines de semanas mientras se emborrachaban. Así que la idea de interpretación es que no hay lógica y que toda esta música es casi un collage surrealista o dadaísta, en la que la interpretación que uno haga de ella es completamente personal e intransferible. O que esta muestra un mundo onírico e inconsciente y que por lo tanto no tiene explicación lógica y uno no ha de preocuparse por ello (aunque el subconsciente no deje de enviar mensajes al mundo cosciente). Lo que claro ayudó a vender muchos discos.




La de uno es que se trata de una nostalgia por un mundo, el de la infancia y la adolescencia, que se les escapa entre los dedos mientras tienen que enfrentarse a las precariedades de la vida “adulta”. Casi toda ella es improvisada y caprichosa, como lo suelen ser los juegos de críos cuando están sueltos por ahí. O las sensaciones, caleidoscópicas, misteriosas, incompletas pero turbadoras y fascinantes. En ocasiones la música y el acompañamiento es agresivo, grosero y cruel, como son muchas de las emociones que uno tiene mientras va creciendo. El atolondramiento, la incapacidad para distanciarse de las emociones propias, el abuso de estas, la casi imposible diferenciación de lo que es real de lo imaginado en algunas edades tempranas, tomado como pureza y paraíso.Y es esa incapacidad para continuar siendo lo que era uno, y con lo que disfrutó tanto, lo que provoca esa melancolía que siempre asoma ocasionalmente en los distintos discos de artistas, grupos, proyectos abiertos o figuras individuales. O por lo menos eso es lo que uno nota y aprecia en la pequeña porción de música que escucha de esta gente. Además cuando Múm, que viven en unas condiciones parecidas, sacan un single con un título tan claro y crudo como este de aquí abajo, y las imágenes parecen explorar terrenos parecidos (aunque la música de Múm siempre ha querido ser pop y la de los otros lo intenta mucho menos…)

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