jueves, 27 de septiembre de 2007

Mientras veía pasar a los perdedores de mi escuela, a todos los fracasados que por uno u otro motivo se han quedado estancados y no saben como terminar, y me dirigía a la cola para matricularme, volví a pensar en como siempre equivoco los caminos. Cuando tenía la edad de un adolescente quería ser una persona hosca, dura, impenetrable, ascética e imponente, alguien que hiciera a la gente atragantarse cuando alguna vez se acordaran de mi persona. Tardé un tiempo en darme cuenta de que la gente no te hablara o pasara completamente de ti no es un gran esfuerzo. Ya lo hacen normalmente. Allí, en la cola, con rostros que no conocía o con los que alguna vez entrecruce miradas, con las últimas molestias de la enfermedad y los efectos de los tranquilizantes, pensé que tras haber dedicado los últimos cinco años de mi vida a tratar de ser el peor estudiante que ha pasado por esa carrera, o por lo menos, de mi generación, el sistema de turnos, que gratifica a los alumnos que mejor rendimiento tienen, me decían, que aún después de ese tiempo no había tocado fondo. Lo que quiere decir, que hasta para ser un perdedor uno tiene que currárselo. Lo demás es simple mediocridad y ganas de hacerse el interesante.

1 comentario:

Iván Conte dijo...

Joder, es que lo de la universidad, al menos en España, es muy fuerte. No solo no he aprendido practicamente nada valioso en ella sino que he tenido que hacer un esfuerzo para olvidarme de muchas tonterias que nos metieron doblados...