viernes, 28 de diciembre de 2007

El otro día, en La2, emitieron un documental llamado “España baila” de Juanjo y Marta Javierre que tenía un planteamiento y un desarrollo interesante: una narración de cómo ha sido la cultura de baile (y con ello, la historia de los clubs) en España, desde el pasodoble y la verbena hasta el techno pasando por los clubs de jazz, la rumba catalana o la canción del verano, ilustrando cada “escena” con entrevistas a personajes importantes para cada una de ellas (desde Manolo Escobar a las distintas generaciones de los Arnau, pasando por Alaska). Además una cosa verdaderamente agradecida fue el enfoque neutro que se le daba a cada una de estas escenas, aceptadas como manifestaciones de una mismo acto social en distintos periodos de la historia, sin ser menos importante los comentarios sobre como el chico para ligar tenía que lograr primero la confianza de la madre que acompañaba a la chica o como un tema como “Bailando” provocaba algo desconocido dentro del movimiento progre español: bailar por bailar y no como un medio para lograr un fin. Tan importante es conocer un dato como el otro para comprender la dimensión de la importancia del club de baile, sala de fiestas o discoteca en un periodo determinado. Esa “imparcialidad” si se le quiere llamar así, el acercamiento “objetivo” sobre el tema de estudio es algo casi inaudito y del que podrían aprender bastante los programas musicales en este país.

Mientras hacía la anterior entrada, leí un comentario que hablaba sobre como la dirección de RTVE, recalcó que “No disparen al pianista” llevaría un enfoque completamente distinto al de “Ipop”. De hecho, en el texto que leía se comentaba el “tono gafa pastista” de aquel programa. En otro sitio, en los comentarios (donde podía ser) la gente defendía lo increíble que era aquel programa. ¿De verdad alguien pensó que aquello era un programa demasiado “serio”, demasiado “incisivo” en sus contenidos y minoritario en el tamaño de las audiencias a las que iba dirigidas? Mi hermana y yo lo veíamos (tampoco había gran cosa que ver a esa hora) y cada uno desde su perspectiva, bastante diferente, lo encontrabamos un programa vago, blando y demasiado pendiente de amiguismos como para resultar interesante a quien no estuviera entregado de antemano a sus mismos criterios estéticos. Un programa que por ejemplo, no habló más de 10 veces sobre hip-hop (nacional o internacional) en ocho meses. O de R&B. O de reggaeton. O de música jamaicana, metal, hardcore, rock “radikal”, jazz, folk, etc. O que fue al Sonar y entrevistó a… Tiga (ya saben tiene cara, los temas tienen letras, etc.). O que dedicaba extensos reportajes al grupo al que pertenecía su presentadora, o que derivó en interpretaciones especiales reuniendo a varios músicos para tocar temas especiales para ellos (supongo que deberían ser cultura general para el analfabeto público, pero ni se molestaron en que pudieran descubrirlos) para poder ver lo especiales que son los encuentros musicales que se hacen a las tres o cuatro de la madrugada. La siempre evidente muestra de que se sabe lo que es “música de verdad” y que uno está siendo condescendiente con la basura con la que se ha de lidiar para poder hablar de contenidos serios. No digo que no quisiera ver un programa con el criterio y los gustos de Jesús Ordovas, que de hecho me encantaría, digo que no necesito un programa con doble rasero que se supone está abierto a todas las tendencias y no deja de mostrar en un solo momento todos y cada uno de sus prejuicios. Un programa que un día se dedicó a hablar de la escena de Barcelona y llevó como músico de directo a… Manolo García. O que visitó el Reino Unido e hizo un par de entregas. Una sobre su visita al museo de los Beatles y otra la entrevista que les hicieron en la radio pública. Quizás hablaron de la escena de la ciudad o de sus circunstancias históricas y como estas condicionan el desarrollo de la música. Algo que quizás no resultaría tan novedoso pero que podría, con el tratamiento adecuado, servir de enlace a distintas generaciones de público. Quizás se pueda argumentar lo limitado del presupuesto, pero vamos, no creo que sea tan difícil encontrar a gente con amplios conocimientos de la actualidad y la historia de distintos géneros musicales con la mente lo suficientemente abierta y que colaborara desinteresadamente para lograr un espacio que pudiera servir de inicio a una programación musical más amplia y variada. Seguramente resultaba más peligroso que la falta de presupuesto el brutal formato (cinco días a la semana) que se tenían que llenar de contenidos de forma constante y puntualmente, obligando a tener que renunciar a las ideas más ambiciosas para cumplir con los mínimos. Quizás parezca que odio este programa, pero esta serie de pegas y precondiciones son completamente trasladables a cualquier programa que hemos visto, desde “El Flyer” de Fly Music a “Música Sí”. Que a lo único que nos lleva, es a aquello que cantaban las Vainica Doble: “Dos españoles, tres opiniones”.

Obviamente no todo era perfecto en el documental. De hecho el problema era el constreñimiento que obligaba la duración a un tema tan copioso en un periodo tan amplio de tiempo, lo que conducía a sólo poder hilar la historia y apuntar una serie de ideas de forma esquemática. Por ejemplo, el salto desde “la movida” a “la ruta del Bakalao”, es de tantos años y tan dramática, como puede ser el paso desde el jungla al grime y el dubstep en el Reino Unido. Quizás las entrevistas pudieran ser más largas y poder desarrollar más profundamente la concepción de la práctica social del baile en cada generación distinta, detallar su modos, modas, problemas y soluciones de forma minuciosa como testamento para la posteridad, pero claro, pedir las grandes cosas es fácil de hacer. La mitad que vi (joder, la noche del 25 de diciembre, van y lo emiten) era desde luego lo suficientemente interesante para querer explorar esa historia en mayor profundidad. Creo que de hecho, había un par de libros publicados que de forma más o menos tangencial servían para rellenar zonas oscuras en estos temas.

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